En 2007, un fragmento de mandíbula encontrado en Atapuerca, España, empujó los primeros pasos del hombre sobre suelo ibérico a cerca de remotos 1,4 millones de años antes de nuestra era.
Las pistas dejadas por el paso de los primeros iberos indican que, probablemente, vinieron de África por el Estrecho de Gibraltar, siguiendo la natural dispersión de nuestros antepasados. Eran homínidos colectores y cazadores que seguían las manadas y, tal vez, el instinto de supervivencia era su único aliado.
La comunicación entre ellos era la estrictamente necesaria para la convivencia en grupo. En un primer momento, el lenguaje era corporal, con gestos y señales; después, visual, con figuras y pinturas y, entonces, la sonora con primitivos sonidos vocales y monosilábicos. De esta forma, se comportarían por interminables miles de años más.
Poca cosa habría ocurrido en ese largo período. Lo que se puede hacer es especular que, desde siempre, la península haya recibido grupos humanos venidos desde el centro del continente y que esos grupos se encontraban en un estadio evolutivo más avanzado que los lugareños. Y todo (o nada) puede haber ocurrido con aquellos primeros homínidos: o fueron extinguidos, o evolucionaron por sí mismos, o, aún, se mezclaron y originaron otros "homos", como el Antecesor, el de Heidelberg, el de Neandertal y, finalmente, el Sapiens.
Lo cierto es que, al final del Paleolítico, sobrevivían en pequeños grupos familiares, aislados y esparcidos por toda la región, aun cosechando y cazando, según lo que las adversas condiciones climáticas permitían.
Sólo alrededor de 10.000 a.C., cuando nuevos grupos habrían llegado, es que nuestra historia tomaría nuevo rumbo: estos grupos trajeron la agricultura, que marcaría el inicio del Período Neolítico en Iberia.
Este fue un enorme salto en la evolución cultural, ya que no necesitarían más vagar en busca del alimento. Ahora eran capaces de cosechar lo que plantaran y, para almacenar lo que producían, desarrollaron una rica cerámica. Dejar los hábitos nómadas y fijarse en un determinado lugar, favorecía el surgimiento de los primeros grandes aglomerados con características urbanas que, poco a poco se expandió por toda la península.
Alrededor del siglo XI a.C., tribus autóctonas aisladas e independientes, ya ocupaban toda la península. Esta situación sólo volvería a cambiar cuando entraran en escena los pueblos colonizadores.
Una primera toma de pueblos célticos llegó en el s. XI a.C. Se impusieron y se mezclaron con los lugareños y lo más importante, trajeron la metalurgia, que se convertiría en la principal actividad para muchos de los futuros pueblos ibéricos.
Podríamos afirmar que fue en esa época que el Oriente descubrió la Iberia, ya que fueron los metales extraídos del suelo que atrajeron a las grandes civilizaciones orientales. Primero los fenicios, en el s. VIII a.C. y después los griegos, en el s. VI a.C.
Estos dos pueblos fundaron colonias comerciales por toda la franja mediterránea y aunque, a diferencia de los célticos, el objetivo primario no era la conquista de territorios, el contacto con ellos fue muy importante, pues enriqueció e impulsó las culturas locales. Con los fenicios, las tribus proto iberas conocieron el alfabeto; con los griegos, la moneda y, con los dos, las habilidades comerciales y de navegación, fundamentales para las futuras aventuras luso-hispánicas a través de los mares.
Fue entonces que en el s. VI a.C., ocurrió el otro hito en la historia de Iberia: la segunda gran ola migratoria celta.
Considerados el primer pueblo civilizado de Europa, los celtas se habrían individualizado culturalmente entre los pueblos indoeuropeos alrededor del 1800 a.C. Tenían dos escrituras: una, considerada mágica y usada sólo por los druidas; la otra, usada en el día a día y que poseía elementos latinos heredados en antiguos contactos con pueblos de la península itálica. Ellos se establecieron en todas partes ya 'celtilizadas' anteriormente, principalmente en el Nordeste y en la meseta central, acentuando las características célticas de esos pueblos.
Mientras tanto, en el Este y en el Sur, los pueblos proto-iberos asumían definitivamente sus identidades. Hablaban lenguas aisladas, que no pertenecían a ninguna de las familias lingüísticas conocidas y, de las cuales, sólo hay restos de escrituras indescifrables. Vivían de la agricultura, de la ganadería, de la minería, además de una avanzada metalurgia.
Dos de esos pueblos se destacaban en esa época: los tartesios y los vascos.
Los tartesios ocuparon la región de lo que hoy es la Baja Andalucía y el Sur de Portugal. Eran, según Heródoto, la primera gran civilización de Occidente. Hay, incluso, citaciones bíblicas del rey Salomón y de Isaías sobre las naos de Tarsis, nombre bíblico de Tartesios. Posiblemente, hayan sucumbido a las invasiones cartaginesas, cuando de las guerras púnicas.
Los vascos dominaban desde mucho tiempo la zona de los Pirineos, en el Nordeste de España y Sudoeste de Francia. Se habla de una lengua vasca ya en el siglo VIII a.C., tal vez con influencia de los ligures, pueblos de la península itálica, que se habrían fijado en la región, antes que los celtas. La lengua vasca es la única que ha sobrevivido desde entonces.
Con este escenario, la península ibérica solo empezaba a preparase lingüísticamente a la formación de nuevos hablares.
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Si querés seguir el viaje, en las entradas abajo podrás ver más.
0- Para Aprender Portugués- texto introductorio
2- La Iberia Prehistórica
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