jueves, 19 de septiembre de 2019

La Iberia Romana.

Para detener la expansión de los cartagineses que ocupaban la península hacía casi tres siglos, los romanos invadieron el territorio en el 218 a.C. Con ellos, llegaba el más grande de sus legados: el latín, que iba a ser estructural, no sólo a la lengua portuguesa, sino también a todas las lenguas y hablares ibéricos.

Y aquel latín que llegaba, se mostraba con dos caras. La primera, la Clásica, era letrada, hermética y erudita. Era, también, muy bien estructurada, cuidadora de la unidad lingüística, hablada y escrita por los del gobierno, de las letras, de las artes, de la retórica y por otros pocos. La segunda, la Vulgar (llamada así en oposición a la primera), era franca y permisiva. Pero se equivocan quienes piensan que era hablada solamente por los soldados, comerciantes, esclavos y otros muchos. Era también la lengua doméstica, la del trato con familiares y amigos, incluso en las esferas de las élites. Además de eso, era aquella que salía por el mundo en busca de nuevos dominios, siempre vulnerable a nuevos hablares. Y fue esa cara vulgar que, aunque (o a pesar de) popular y desprovista de límites, se convirtió en la espina dorsal de las lenguas neolatinas. Y, como era de su naturaleza, esa variante no pasaría incólume por suelo ibérico. Para ser hablado en la península, el latín tendría que adaptarse a las condiciones que aquella tierra imponía y que influenciarían en el proceso de latinización.

Condición primera: el escenario en el que tendría que insertarse.
La Iberia encontrada por los romanos presentaba una enorme variedad lingüística; eran capas sobre capas de lenguas, dialectos y hablares. La primera capa era formada por dos grandes y bien delimitados grupos: los célticos y los iberos. A su vez, cada uno de esos grupos traía variaciones entre los pueblos que los formaban. Sumado a eso, algunas regiones presentaban una capa anterior de influencias griegas, fenicias o púnicas y, en muchos casos, las influencias eran de dos o mismo de tres de estas lenguas.

El griego siempre fue la lengua de estatus, preferida por las élites locales; el fenicio, con su alfabeto, fue la lengua que, de cierta manera, organizó los hablares de las culturas cercanas a sus bases y, el púnico, hablado por los cartagineses, era una evolución de la lengua fenicia y que extendió el área de influencia de las antiguas colonias.

En el proceso de latinización, todas las lenguas que se escuchaban hasta entonces, con excepción de la vasca, fueron sustituidas por la Lengua de Roma.

Condición segunda: el tiempo que necesitarían para dominar toda la región; dos siglos.
Aún que fuera la lengua dominadora, sea por el poder bélico o por la cultura superior, a cada nueva región ocupada, el latín se transformaba. Lusitanos, cántabros y vascos, entre otros, resistían a la ocupación y retardaban su avance. Esto hacía que el latín tuviera que convivir, a veces por más de una generación, con una determinada variante lingüística local y, por menores que fueran las influencias adquiridas de los hablantes locales, al partir para la próxima conquista, él ya no era lo mismo de 218 a.C., cuando todo había empezado.

Condición tercera: la forma en que el latín sería asimilado por los diferentes hablantes. 
Mientras adentraba a la península, el latín que se hablaba iba adquiriendo dos nuevos matices determinados por la índole y necesidades de los pueblos por donde pasaba. Los centro-orientales, que tenían características más bélicas, buscaron elementos ligados a la guerra y originaron el latín citerior (de más cerca al Imperio), con matices militares. Ya los pueblos más occidentales, con tradición mercantilista y naval, buscaron elementos comerciales y de navegación, originando así el latín ulterior (de más lejos, más allá de).

Condición cuarta: la organización político-administrativa adoptada por los romanos. 
Con todo el territorio conquistado, la península fue dividida en provincias. Las ciudades, en cada provincia, poseían estatus jurídico diferenciados: algunas eran consideradas colonias, otras como municipios y otras, aún, como ciudades no romanas y, todas, con derechos y deberes distinguidos.

Aunque no se estableció con este propósito, esa organización terminaría por demarcar regiones lingüísticas con características propias, lo que favoreció cierta independencia en la maduración de lenguas romances como el gallego, el castellano y el catalán.

Las cuatro condiciones citadas nos dan una pequeña idea del porqué, en un territorio relativamente chico, se hable una variedad tan grande de dialectos muy bien marcados.

Y la cosa todavía apenas empezaba... Vendrían, más tarde, los bárbaros y los árabes sólo por citar algunos.
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Si querés seguir el viaje, en las entradas abajo podrás ver más.
0- Para Aprender Portugués- texto introductorio 
4- La Iberia Romana y sus contribuciones fonéticas y morfosintácticas

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